Ya me váis conociendo un poco y sabéis que cuando voy paseando por la calle no puedo evitar fijarme con ojo crítico en todos los elementos de mobiliario urbano que veo. Y si hay algo que siempre me llama la atención son las fuentes. Ya se que son bonitas (bueno, la mayoría). Que decoran las ciudades convirtiendo las plazas en oasis de tranquilidad y relax refrescantes (eso si los gritos de los niños y la cháchara incesante de sus padres te lo permite). Y que originalmente cumplían un propósito funcional cuando se ponían en zonas de mucho calor para aliviar las altas temperaturas y generar humedad en ambientes naturalmente secos (aunque la verdad es que en Bilbao eso del calor sofocante no lo padecemos demasiado).
Partiendo de esa funcionalidad, han ido evolucionando como elemento decorativo y el hombre las ha transformado en diseños grandilocuentes que en muchas ocasiones son monumentos a su propio ego fruto de una época de bonanza económica. Algunas las admiramos por su belleza y son muy decorativas. Otras son directamente una chapuza y otras son un atentado para su entorno. En mi humilde opinión, este es el caso de la fuente que encontramos a la vera del afamado Museo Guggenheim, en la Campa de los Ingleses. Sigue leyendo